Tomado del libro:
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes,
Vida,
¡No te mueras! La muerte en México a través de su artesanía festiva,
Berlín, Editorial
Académica Española, 2012, pp. 17-27.
ISBN: 978-3-8465-6505-6.
La innegable brevedad de nuestra existencia, deja siempre un dejo de nostalgia y la sensación de ruptura con un proceso que no llegó a culminarse. Bien expresaba en este sentido Emmanuel Levinas, filósofo lituano, la idea de que morir es dejar siempre un proyecto inacabado (Cfr. Levinas, 1993 a y b). No importa cuánto tiempo se prolongue la existencia, al final, como dice mi tía abuela Carmen: “moriré en toda contra de mi voluntad”. Somos mortales, en palabras de Silvana Rabinovich: “subjetividad de polvo y cenizas” (Cfr. Rabinovich, 2002), si es que tenemos alguna esencia, ésta no se yergue como fortaleza impenetrable, sino como vulnerabilidad, fragilidad, fugacidad. Y es allí donde el sentido cobra particular importancia para el ser humano, pues no se trata de ceder indefensamente ante una conciencia negativa de finitud que cierna nubarrones de absurdo sobre nuestra vida, como puede percibirse en algunos pasajes de la literatura griega antigua, por ejemplo cuando el sabio Sileno (acompañante de Dionisos), le dice fría y directamente al rey Midas, cuando este lo obliga a responder qué es lo mejor para el hombre: “Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti: morir pronto” (Nietzsche, 1995: p. 52). Este aparente pesimismo, puede apreciarse también en algunos pasajes de la tradición judía, como en el Eclesiastés, cuando apuntaba Cohélet:
¡Vanidad, pura
vanidad! ¡Nada más que vanidad!
¿Qué provecho saca el hombre
de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol?
¿Qué provecho saca el hombre
de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol?
Una
generación se va y la otra viene,
y la tierra siempre permanece.
El sol sale y se pone,
y se dirige afanosamente hacia el lugar
de donde saldrá otra vez.
El viento va hacia el sur
y gira hacia el norte;
va dando vueltas y vueltas,
y retorna sobre su curso.
Todos los ríos van al mar
y el mar nunca se llena;
al mismo lugar donde van los ríos,
allí vuelven a ir.
Todas las cosas están gastadas,
más de lo que se puede expresar.
¿No se sacia el ojo de ver
y el oído no se cansa de escuchar?
Lo que fue, eso mismo será;
lo que se hizo, eso mismo se hará:
¡no hay nada nuevo bajo el sol! (Ec 1, 2-9).
y la tierra siempre permanece.
El sol sale y se pone,
y se dirige afanosamente hacia el lugar
de donde saldrá otra vez.
El viento va hacia el sur
y gira hacia el norte;
va dando vueltas y vueltas,
y retorna sobre su curso.
Todos los ríos van al mar
y el mar nunca se llena;
al mismo lugar donde van los ríos,
allí vuelven a ir.
Todas las cosas están gastadas,
más de lo que se puede expresar.
¿No se sacia el ojo de ver
y el oído no se cansa de escuchar?
Lo que fue, eso mismo será;
lo que se hizo, eso mismo se hará:
¡no hay nada nuevo bajo el sol! (Ec 1, 2-9).
Regresando
con los antiguos griegos, me parecen geniales las referencias en la literatura
acerca de la concepción de la muerte y el destino de esa parte que este tipo de
pensamiento consideró inmortal: el alma. Son verdaderas ventanas hacia lo
inexorable, avances a tientas en el terreno del misterio, de algo que por un
lado es certeza plena, pero por otro, desconocimiento total. Un acontecimiento
que se espera indefectiblemente, pero que no sabemos a ciencia cierta nada
acerca del después de… , lo que habrá una vez cruzando el umbral. En este
sentido, en La Ilíada y La Odisea, se presentan en particular dos
momentos que tratan de dar cuenta del cómo será aquél lugar del Misterio, donde
se aglomeran las almas de los muertos, que siguen vivas pero en otra manera,
pues no puede ser conforme a la vida terrena que implica el cuerpo, el cual ya
no poseen. Así, podemos leer en la primera lo siguiente en derredor de los
sucesos acaecidos después de la muerte de Patroclo:
Entonces vino
a encontrarle [a Aquiles] el alma del mísero Patroclo, semejante en un todo a
éste cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos, como por las
vestiduras que llevaba; y poniéndose sobre la cabeza de Aquiles, le dijo estas
palabras: “¿Duermes, Aquiles y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras
vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que
pueda pasar las puertas del Orco; pues las almas, que son imágenes de los
difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con
ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del palacio de anchas
puertas de Plutón. Dame la mano, te lo pido llorando; pues ya no volveré del
Orco cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de vida,
conversaremos separadamente de los amigos; pues me devoró la odiosa muerte que
el hado cuando nací me deparara […]”. Respondióle Aquiles, el de los pies
ligeros: “¿Por qué, caro amigo, vienes a encargarme estas cosas? Te obedeceré y
lo cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por
breves instantes, para saciarnos de triste llanto”. En diciendo esto, le tendió
los brazos, pero no consiguió asirlo: disipóse el alma cual si fuese humo y
penetró en la tierra dando chillidos. Aquiles se levantó atónito, dio una
palmada y exclamó con voz lúgubre: “¡Oh, dioses! Cierto es que en la morada de
Plutón queda el alma y la imagen de los que murieron, pero la fuerza vital
desaparece por completo. Toda la noche ha estado cerca de mí el alma del mísero
Patroclo, derramando lágrimas y despidiendo suspiros, para encargarme lo que
debo hacer; y era muy semejante a él cuando vivía”. (Homero, 1969: p. 196.
Exactamente en este
mismo sentido será la narración en La
Odisea, cuando Ulises desciende al Hades y encuentra el alma de su difunta
madre, expresado por el héroe a través de Homero: “Vino luego el alma de mi
difunta madre Anticlea, hija del magnánimo Autólico; a la cual había dejado
viva cuando partí para la sagrada Ilión. Lloré al verla, compadeciéndola en mi
corazón” (Homero, 1970: p. 80). Después
de atender el sacrificio debido a Tiresias, Ulises recibe de su madre noticias
de su casa, su amada Penélope y su hijo Telémaco, después de lo cual continúa
el relato del héroe acerca de su encuentro con la difunta madre:
Así se
expresó. Quise entonces efectuar el designio, que tenía formado en mi espíritu,
de abrazar el alma de mi difunta madre. Tres veces me acerqué a ella, pues el
ánimo incitábame a abrazarla; tres veces se me fue volando de entre las manos
como sombra o sueño. Entonces sentí en mi corazón un agudo dolor que iba en
aumento, y dije a mi madre estas aladas palabras: “¡Madre mía! ¿Por qué huyes
cuando a ti me acerco, ansioso de asirte, a fin de que en la misma morada de
Hades nos echemos en brazos el uno del otro y nos saciemos de triste llanto?
¿Por ventura envióme esta vana imagen la ilustre Persefonea, para que se
acrecienten mis lamentos y suspiros? Así le dije; y al momento me contestó mi
veneranda madre: ¡Ay de mí hijo mío, el más desgraciado de todos los hombres!
No te engaña Persefonea, hija de Zeus, sino que esta es la condición de los
mortales cuando fallecen: los nervios ya no mantienen unidos la carne y los
huesos, pues los consume la viva fuerza de las ardientes llamas tan pronto como
la vida desampara la blanca osamenta; y el alma se va volando, como un sueño
[…] (Homero, 1970: p. 82).
En ese contexto
cultural griego, base del Occidente, es interesante la conexión que se da entre
la muerte y el sueño, considerados como hermanos. Hesíodo en su Teogonía,
escribe lo siguiente:
Allí, los hijos de la Noche sombría tienen sus casas: Hipnos y Tánatos,
dioses terribles; y nunca sobre ellos Helios resplandeciente, con sus rayos,
pone la vista, cuando al cielo sube o desde el cielo desciende. Uno de ellos la
tierra y el espacioso dorso del mar, tranquilo recorre, y dulce como miel a los
hombres; mas del otro es férreo el corazón, y broncínea el alma cruel en el
pecho, y a aquel hombre que una vez ha cogido, lo retiene –aun a los inmortales
dioses odioso.
Allí enfrente, del dios infernal las casa sonoras (del fuerte Hades y de
la horrenda Perséfone) se yerguen, y un perro terrible al frente vigila, cruel,
y malas artes posee: a aquellos que entran halaga, ya con la cola, ya con ambas
orejas; pero no deja salir nuevamente, sino que, alerta, devora a aquel que
sorprenda al salir por las puertas del fuerte Hades y de la horrenda Perséfone.
(Hesíodo, p. 26).
Es interesante destacar así la relación establecida
entre el sueño y la muerte, tal vez ambos hermanados en la inconciencia,
esdecir, la privación de la conciencia, hermanados por provocar el cese de la
conciencia en los hombres. Esta cuestión de conciencia e inconciencia, implica
la posición del ser humano frente a esto que llamamos mundo, que en su desnudez
y crudeza se nos presenta como un caos originario que urge cosmificar para
hacerlo propio.
El conflicto parece estar ya presente desde los mitos
del origen, desde la tradición judeo-cristiana la pérdida del paraíso implica
la decisión humana de extender la mano y comer el fruto del “árbol de la
ciencia” con lo cual se cobra conciencia y ser conciente es perder el estado de
inocencia original, un paso que no puede desandarse, no hay marcha atrás, a
partir de ese acontecimiento el ser humano conciente se sabe a sí mismo inmerso
en su propia situación concreta y se asume como caminante que se dirige a donde
sus propios pies lo encaucen. Toma de conciencia, intento maravillosamente
humano por asir las riendas de nuestro destino y controlar el derredor en
provecho propio. Sin embargo, esa característica excelsa humana es penada por
el mismo mito, retomando la referencia que hacíamos del génesis, a la toma de
conciencia le sigue la expulsión del paraíso a un “Valle de lágrimas” donde el
ser humano pagará con trabajos, sinsabores y sufrimientos su descarada osadía.
En otros relatos del mundo Occidental encontramos el mismo trasfondo: Ícaro
precipitado al mar por la intrepidez de su vuelo, Prometeo condenado y
torturado incesantemente por su atrevimiento a favor del hombre, que al fin y
al cabo, tiene acceso a algo que los dioses no tenían dispuesto que tuviera
acceso de forma original. Esta idea la misma tradición judeo-cristiana lo
reafirma en el Eclesiastés bajo las
siguientes palabras: “Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula
ciencia, acumula dolor” (Ec 1, 18).
Ahora bien, dejando
de lado a los griegos, encontramos que también en contexto cultural
medio-oriental, desde muy antiguo, hay referencias parecidas en los intentos de
explicación acerca del más allá de la
muerte, tal es el caso de la Epopeya de
Gilgamesh, donde se narra –en tablillas de arcilla- las peripecias de
Gilgamesh que recorre el mundo entero para encontrar el alma de su amigo
muerto: Enkidu. En la parte final de la narración, podemos leer lo siguiente
acerca de este encuentro desgarrador:
El esforzado
héroe Nergal abrió el agujero que da al mundo de las sombras, y el espíritu de
Enkidu, como un hálito, salió. Enkidu y Gilgamesh entablaron conversación.
-Dime, amigo
mío, dime, amigo mío, dime la ley del mundo subterráneo que conoces.
-No, no te la
diré, amigo mío, no te la diré; si te dijera la ley del mundo subterráneo que
conozco, te vería sentarte para llorar.
-Está bien.
Quiero sentarme para llorar.
-Lo que has
amado, lo que has acariciado y que placía a tu corazón, como un viejo vestido,
está roído por los gusanos. Lo que has amado, lo que has acariciado y que
placía a tu corazón, está hoy cubierto de polvo. Todo está sumido en el polvo,
todo está sumido en el polvo. (La Epopeya de Gilgamesh, 1993: p. 83).
En todo caso, acerca
de la muerte en México, hay que expresar que esta conciencia de finitud en el
sentido que quiero exponer aquí, se trata más bien de una conciencia optimista
que significa todo a partir de la certeza en un punto final. Un punto final que
pone fin, pero que a la vez hace que todo cobre un especial sentido desde el
principio. No ser eternos es tener proyectos, saber que nuestro tiempo es
limitado y por eso cada instante se significa plenamente. Una vida eterna no es
una vida humana. En este sentido, si quitáramos ese punto final en la
existencia humana, se quita también el sentido de nuestro proyecto humano, lo
que queramos ser podemos serlo ahora, en un siglo, en mil años o nunca. Como esa
no es nuestra condición, y somos finitos y limitados, entonces cada acción,
cada decisión vale y llena de sentido nuestra frágil y breve existencia.
Referencias Bibliográficas
- NIETZCHE, Frederich, El nacimiento de la tragedia, México, Alianza Editorial, 1995.
Referencias Bibliográficas
- HESÍODO, Teogonía,
México, UNAM, .
- HOMERO,
La Ilíada, México, Porrúa, 1969.
- HOMERO,
La Odisea, México, Porrúa, 1970.
- LA EPOPEYA DE GILGAMESH,
(Anónimo), México, CONACULTA, 1993.
- LEVINAS,
Emmanuel, Dios, la muerte y el tiempo,
Ed. Cátedra, Madrid, 1993.
-
RABINOVICH, Silvana, “Espiritualidad
de polvo y cenizas”, en: Shulamit Goldsmit (Coord.),Memorias del 1° y 2° coloquios internacionales de Humanismo en el
Pensamiento Judío, Universidad Iberoamericana, México, 2002, pp. 48-63.
Fragmento tomado de:
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes,
Vida, ¡No te mueras! La muerte en México a través de su artesanía festiva,
Berlín, Editorial Académica Española, 2012, pp. 17-27.
Versión disponible en línea en: