Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
En Corea hay dos fechas especiales para
el culto a los muertos y son la fiesta del “Solal” o año nuevo chino en el mes
de febrero, y la fiesta de las cosechas o “Chusok” en el mes de septiembre. En
estas dos festividades el lugar preponderante en la celebración lo ocupa la
ofrenda y reverencia a los antepasados.
En el caso de la fiesta del “Solal”, se
celebra en la primera luna llena del año nuevo chino. En cada casa se acomodan
la comida y bebidas para los ancestros y frente a estas ofrendas se colocan las
“tablillas” de los antepasados, que son tabletas de madera o piedra donde están
grabados los nombres de los difuntos de la familia. Son muy importantes porque
a través de estas tabletas es por donde se considera que pasan las almas de los
difuntos para consumir lo que se les ofrenda. La ofrenda no es tan exuberante
como las ofrendas mexicanas, pero sí es muy completa, es decir, lleva alimentos
de agua, tierra y aire, o sea: pescado, pollo o pato, y res o puerco. El orden
es estricto en la colocación de la mesa de ofrendas. En el centro de ésta se
colocan las carnes, siempre en pila sobre un platón. Primero debe estar el
pescado, arriba el puerco o la res y hasta arriba de todo el pollo o pato, se
sobreentiende que es la disposición de los elementos: agua, tierra y aire. En
la línea frontal de la mesa se colocan en fila las frutas y dulces, y detrás de
esta fila dulce, va lo salado distribuido en el resto de la mesa en derredor de
las carnes, esto es, arroz, algas, más pescado, mariscos, verduras, etc.
Ofrenda a los
antepasados en la fiesta del “solal”. Seúl, Corea. Fotografías del autor.
En ambas fiestas el país entero se
paraliza por cuatro días para que cada quien pueda atender su obligación con
los ancestros. La familia se reúne en extenso y las visitas entre miembros de
la familia y amistades son muy frecuentes. Todo el que está en una casa en esos
días debe postrarse en reverencia frente al altar familiar para honrar a los ancestros,
y después los jóvenes se postran frente a sus mayores, quienes les dan dinero
después de ser reverenciados. La reverencia a los difuntos es con el rostro en
tierra, como se puede ver en esta imagen:
Postración frente al
altar de los antepasados en la fiesta del “Solal”. Seúl, Corea. Fotografía del
autor.
Unos días antes de la fiesta, es muy
común ver ancianos acudir a los bancos para cambiar su dinero en billetes de
baja denominación para corresponder a todos los que los visiten. Es muy
conmovedor el nivel de profundidad que esto tiene entre la gente en general. Se
cuentan muchas historias sumamente conmovedoras que fortalecen estos lazos de
unión e identidad, por ejemplo, es muy difundida una historia de una mujer que
era tan pobre que no tenía ni para comer, mucho menos para poner una ofrenda,
así que se le ocurrió tomar la tablilla de sus antepasados y acudir al mercado
en el día de la fiesta. Escondió la tablilla bajo su blusa, con los nombres de
sus ancestros hacia el frente, y recorrió todos los puestos preguntando el
costo y regateando, mientras por debajo de su blusa, sus ancestros comían
gratis del puesto (pues recuérdese que según esta tradición de la tablilla
salen los espíritus a este mundo), al final no compró nada, pero sus muertos
quedaron plenamente satisfechos y recompensaron con creces su devoción e
ingenio.
En la fiesta del “Solal” es muy
importante hacer la reverencia a los difuntos en ese día precisamente en la
tumba de sus muertos, no se recomienda hasta donde sea posible en otra fecha,
ni en otro lugar, sino ese día en la tumba, de lo contrario no atraerán
bendiciones de sus antepasados cuyos espíritus estarían descontentos y no
habría remedio sino hasta la siguiente fiesta, 7 meses después en “Chusok”,
para volver a contentarlos cumpliendo este precepto. Dadas las dificultades
pragmáticas de tanta movilidad, especialmente las familias que han migrado,
pueden hacerlo un poco antes de la mera fiesta, pero antes, no después, porque
después es como si lo hubieran olvidado y los difuntos son muy sensibles al
respecto.
Maqueta de una
ofrenda en la tumba del antepasado en la fiesta del “Solal”. Museo del Arte y
el Folklore, Seúl, Corea. Fotografía del autor.
Destaca aquí que los antepasados son
parte integral de la familia coreana, es decir, el vínculo no se disuelve con
la muerte, sino que permanece vigente. Así pues, la familia no solo se compone
por los miembros vivos sino también por los difuntos. En decisiones importantes
de algún miembro de la familia, los antepasados son consultados, tales como
bodas, mudanzas, dar nombre al primer hijo, escoger la escuela de los hijos,
optar por el primer empleo, etc. A través de los sueños los antepasados dan su
parecer al respecto y entran en el debate de los vivos.
Tal vez uno de los lugares que más deja
ver esta unión entre vivos y muertos, aparte del altar familiar en el interior
de la casa, es la tumba en las comunidades del campo. En Corea tradicional, las
tumbas son una media esfera de tierra. El cadáver está enterrado y después de
cubrirlo se hace un montículo de piedras y tierra, frente a él se coloca una
lápida con escritura china donde se dice el nombre del difunto, allí mismo se
irán enterrando los demás miembros de la familia, y basta una sola lápida donde
se van acumulando los nombres, el estilo más común es con un dragón en la punta
y una tortuga en la base, a excepción de los cristianos que en vez de esto
graban una cruz en la estela. Frente a ésta se coloca un altar para ofrendar a
los antepasados. Realmente es conmovedor verlo en campo, porque se percibe en
plenitud la intimidad que se guarda con los familiares muertos. En provincia,
estas tumbas están en el campo de cultivo del arroz, y se siembra sobre ellas.
Su presencia sigue vigente en la propiedad, área de trabajo y mantenimientos
diarios.
Tumba en un campo de arroz. Sunchon,
Corea. Fotografía del autor.
Par de tumbas cristianas en un campo de
Ichon, Corea. Fotografía del autor.
Cuando una persona muere, y es de
tradición budista, se recurre a la “corte de los muertos” que es un templo
dentro del conjunto religioso del monasterio budista. Esta corte se encuentra a
un lado del templo principal. Es siempre más pequeño que el templo principal y
dentro se encuentra una estatua de Buda rodeado de 10 grandes estatuas, que
representan a los 10 reyes del más allá. Cuando un budista muere, se cree que
su alma será juzgada por estos 10 reyes durante los dos años posteriores a su
deceso. Se enfrentará a un juicio particular con cada uno de los reyes, que son
terroríficos, muy musculosos, mal encarados, con colmillos y en postura
amenazante portando armas desenvainadas. Ellos no pueden ser engañados y será
un trance difícil para el difunto salir bien librado de ese proceso. Buda
preside la corte.
Así las cosas, los familiares y amigos
del difunto deben ofrecer 10 veces en este lugar, una ofrenda por cada rey, en un
lapso de tiempo que comprenda los 2 primeros años después de la muerte de su
ser querido. Esto es con el fin de obtener gracia y misericordia para el alma
del finado a la hora de enfrentarse al juicio con tan temibles magistrados. A
la entrada de dicho salón hay un altar con lo necesario para la ofrenda de
incienso, allí puede llamarse a un monje que lo hará más solemnemente y rezará
una especie de responso mientras toca sus instrumentos. Cuando se celebra en el
templo el cumpleaños de Buda (en abril), se cuelgan fuera de este salón faroles
blancos con el nombre de los difuntos, mientras que fuera del templo principal
se cuelgan faroles de colores con nombres de vivos.
El traje usado para el luto, es un burdo
traje de fibras crudas, parecido al ixtle y que portan los varones. Para las
mujeres el color del duelo es el blanco (a total contrapelo de la costumbre
occidental).
En un velorio, se coloca incienso frente
al cadáver y se hacen tres postraciones rostro en tierra al difunto y dos a los
varones dolientes.
Después de este recorrido, solamente
queda concluir enfatizando la gran similitud de este tipo de celebraciones con
las ofrendas a los muertos en México. De fondo está la concepción elemental de
que el muerto no deja de pertenecer a la sociedad y en ocasiones especiales les
es permitido volver a casa y convivir con nosotros, a la vez que a los vivos
les es dado recuperar momentáneamente la presencia transformada en espíritu de
los seres queridos perdidos. Nada que ver con las tradiciones europeas y
africanas, donde todo el culto a los muertos es para “saldar” una deuda e
impedir que vuelvan, porque el hecho de considerar que volvieran es
terrorífico. En esta vivencia oriental, tan cercana a ciertos lugares
americanos, todo el culto y la ofrenda es un constante “vuelve”, “regresa”,
“sigues perteneciendo a acá”.
El muerto sigue pertenciendo a la
sociedad, allá donde está sigue trabajando y tiene hambre, por lo que debe ser
alimentado, aunque su alimento pertenezca ya al ámbito de lo etéreo: esencias,
olores, sabores, tiene derecho a él, pues trabaja junto con los vivos en el
éxito del ciclo agrícola, los negocios u otras actividades productivas. En todo
caso, es una concepción que implica la noción de que sigue siendo necesario
mantener un intercambio social entre vivos y muertos. Las redes sociales
incluyen a los muertos. Así pues, mediante la muerte, los seres humanos se
separan de los vivos y se reúnen con los muertos, pero no se disuelve el
vínculo comunitario. En este sentido, los muertos son seres sociales y no dejan
de ser parte del colectivo. Vivos y muertos juntos conforman la sociedad humana
en conjunto, pues el muerto no deja de existir a pesar de su cambio ontológico.
Cabe señalar también que las prácticas
rituales y las representaciones sociales en derredor de la muerte, sirven para
afrontar la separación física. Es una necesidad psicológica innegable. En este
sentido, es una forma de dosificar la partida, es despedir al muerto poco a
poco, desapegarse paulatinamente. Dado que la muerte es un acontecimiento
desconcertante, definitivo, doloroso, confuso y conflictivo, psicológicamente,
morir, implica un proceso para recuperar la ordinariedad de los vivos, por eso
son tan valiosos los rituales, pues ayudan a reconstruir la realidad sin el
muerto: asumir la ausencia reconstruyendo la presencia. La muerte,
indudablemente, es un proceso social. La muerte individual involucra a todo el
colectivo y le provoca existencialmente a asumir la partida del muerto, en
necesaria confrontación con la propia muerte.